Caminaba por aquel desfiladero, mientras las aristas de las piedras cortaban mis pies descalzos, regándolas con mi savia animal. Abismos de desesperación y angustia se extendían ante mí, sin poder vislumbrar su fondo de olvido. Sueños irrealizables nublaban mis ojos y mi mente, haciendo peligrar mi peregrinaje. El calor sofocante de la pasión en un cielo sin sol ni luz. Solo el sonido de miles de insectos zumbando a mí alrededor, en su danza caótica, en un vuelo en espiral hacia ninguna parte. Pronto llegaría a la cumbre, mientras boqueaba con mis pulmones irritados, sangrantes por el humo de la vanidad. Ya nadie seguiría mis pasos, ya nadie los guiaría por un camino que nadie caminaría, a una tierra de nadie.Finalmente llegue a la cima. Delante de mí una gran hoguera, un purgatorio purificador para la carne corrupta y pútrida de mi templo corporal. Sacerdotes con sus cuerpos desnudos y cubiertos con espirales; las pinturas de la vida, flanquean el fuego sagrado; sus ojos brillantes como ascuas me miran con respeto. El fuego ya me había hipnotizado con su danza pasional; veía a los dioses como me llamaban desde el otro lado; algunos con voces seductoras y otros con gritos terribles de furia. Los sacerdotes se desvanecieron como el humo mientras me dirigía hacia el fuego, dolor, crepitar, humo, lo envolvió todo. Yo soy mi peor enemigo, ya no queda nada de él. La libertad de no estar atado a ninguna necesidad, libre del cuerpo corrupto que todos manipulan y adulan. Sin temor a sentir dolor, ni a perder nada. Por que nada tengo, y con todo, nada soy. Por que ahora lo comparto todo en el fondo. Por que no he querido conquistar la cima, solo compartir con ella su soledad, y respirar el aire fresco del amanecer. Ya se extiende ante mí la gran mar de la eternidad y el infinito, por donde surcare mi camino al azar. Un camino sin destino, donde los hados ya no tendrán nada que mandar.
El abogado Adramelek.
Tenía fuertes sospechas de que su Dios era la Naturaleza. Un día la encontró con los ojos llenos de lágrimas. Interpretándolas como un signo de que la había castigado su Dios, le dijo que eso no lo asombraba. Le mostró los dedos de su mano izquierda ardidos por la escarcha; le mostró su pie derecho aplastado por una roca. Eso, le dijo, es lo que tu Dios hace con los hombres. Cuando ella repitió: "pero es tan bello", usando de la palabra inglesa, él sacudió la cabeza; y se enojó cuando ella volvió a repetirlo. Vio que la fe de Orlando no era su fe, y eso lo enfureció, aunque era tan antiguo y tan sabio.
"Orlando" de Virginia Woolf. Se lo dedico a Mertxy.
Éste es el relato más triste que nunca he oído. "Firmin" de Sam Savage.




