lunes, 23 de noviembre de 2009

El AVATAR


Allí yacía aquel trovador, frente aquella hoguera que iluminaba su faz en el frío del anochecer, entre bandidos y bribones borrachos de licor, una llama en la umbría, la visión hacia un pasado remoto. Sentir sin ver. Un sueño en la retina de un cuervo. El deseo de sentir el viento helado sobre el rostro, el agua cortando mi piel. Nada concluye en su relato sin fin. Un lamento de alegría en el rostro de vivir entre el fuego y el hielo. Un pasado atrapado en un cristal. Hablaba sobre una vida, un amor, una lid. Te sumergías poco a poco en su voz cálida y ronca. Una voz que entonaba una extraña sabiduría, un susurro en el alma. Unas palabras que escondían mil y una moralejas, secretos sobre los bosques, y oscuridades del alma. Hablaba sobre dolores inconsolables retenidos por el tiempo, por el paso de los siglos, encriptados en la conciencia de los presentes en un gran embalse donde se acumulan todos los pesares del mundo, que se acumulan reposadamente como hojas muertas. Súbitamente me miro a los ojos, azules, fulgurantes, atraído hacia una telaraña de cabellos rojizos, atrapando a una alocada mosca como yo. Varado en el tiempo y naufrago de mi ser, sumergido en un mar de sabiduría. La vibración sobre la superficie del agua de un pequeño insecto produciendo un sonido sobre la fría charca, el acorde sobre el rocío, la onda espiral del alma tan honda como el vacío estelar. Estaba tan cerca de la frontera que cualquier compañía me reconfortaba, sabia, que al otro lado tan solo mi sombra me seguiría.
El abogado Adramelek.